Hamlet

RICARDO.— Ciertamente, y yo considero la ambición por tan ligera y vana, que me parece la sombra de una sombra.

HAMLET.— De donde resulta que los mendigos son cuerpos y los monarcas y héroes, agigantados, sombras de los mendigos… Iremos un rato a la corte, señores; porque, a la verdad, no tengo la cabeza para discurrir.

LOS DOS.— Os iremos sirviendo.

HAMLET.— ¡Oh! No se trata de eso. No os quiero confundir con mis criados, que, a fe de hombre de bien, me sirven indignamente. Pero, decidme por nuestra amistad antigua, ¿qué hacéis en Elsingor?

RICARDO.— Señor, hemos venido únicamente a veros.

HAMLET.— Tan pobre soy que aun de gracias estoy escaso, no obstante, agradezco vuestra fineza… bien que os puedo asegurar que mis gracias, aunque se paguen a ochavo, se pagan mucho. Y ¿quién os ha hecho venir? ¿Es libre esta visita? ¿Me la hacéis por vuestro gusto propio? Vaya, habladme con franqueza; vaya, decídmelo.

GUILLERMO.— ¿Y qué os hemos de decir, señor?

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