Heidi

—Es preciso preparar la habitación de la recién llegada, Tinette —dijo con forzada calma—; todo está dispuesto; de todos modos, quite el polvo de los muebles.

—¿Seguro que vale la pena? —dijo irónicamente la doncella saliendo.

Entre tanto, Sebastián había abierto las puertas de doble hoja que daban a la sala de estudio con mucho ruido. Estaba muy enfadado, pero no podía permitirse contestar a la señorita Rottenmeier. Con aparente calma entró en la sala para llevar el sillón de ruedas al comedor. Mientras arreglaba un tomillo del asiento, se plantó Heidi delante de él y le observó. Sebastián advirtió la insistente mirada de la niña y la increpó:

—¿Por qué me miras así?

Seguramente no lo hubiera hecho si hubiese visto a la señorita Rottenmeier, que en aquel momento cruzaba la puerta. Precisamente cuando Heidi contestó:

—Te pareces a Pedro, el cabrero.

La dama juntó horrorizada las manos y exclamó:

—¡Es posible! ¡Está tuteando a los criados! Esta criatura no tiene la menor noción de educación.

Sebastián empujó el sillón de ruedas hasta la mesa y después cogió a Clara en brazos y la puso en su silla.

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