Heidi

—Yo me encargo de eso, señorita Clara —se apresuró a responder Sebastián—. Les haré una camita en una cesta y la pondré en un rincón al que una dama temerosa no tratará de llegar, puede contar con ello.

Sebastián puso en el acto manos a la obra riendo para sus adentros, pues pensaba: «¡Esto no acabará aquí!». No le disgustaba ver a la señorita Rottenmeier perder la compostura.

Más tarde, a la hora de acostarse, la señorita Rottenmeier entreabrió la puerta de la sala de estudio y preguntó:

—¿Han desaparecido ya esos repulsivos animales?

—Naturalmente —respondió Sebastián, que se había quedado en la habitación, sabiendo que se le iba a hacer la pregunta.

Cogió rápidamente los dos gatitos que permanecían en el regazo de Clara y desapareció con ellos.

En cuanto al sermón que la señorita Rottenmeier reservaba para Heidi, fue dejado para el día siguiente, pues aquella noche se encontraba agotada por las emociones, la ira y el susto que la niña le había causado sin saberlo. Se retiró pues en silencio, y las dos niñas hicieron lo mismo, muy contentas de saber que sus gatitos estaban seguros en una buena cama.

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