Heidi

—Deseo, pues —añadió acentuando las palabras—, que esa niña sea tratada siempre con cariño y que sus originalidades no sean consideradas como delitos. Por otra parte, si usted no sabe cómo manejar a la niña, pronto tendrá un auxilio en la persona de mi madre, que pasará algún tiempo en esta casa. Y usted sabe por experiencia que mi madre se entiende con todo el mundo, ¿no es verdad, señorita Rottenmeier?

—Sin duda alguna, señor Sesemann —respondió la dama; pero no parecía aliviada con la perspectiva de esta ayuda.

El señor Sesemann disponía de pocos días para permanecer al lado de su hija. Al cabo de dos semanas tuvo que volver a París, adonde le llamaban sus negocios. Consoló a su hija apenada por esta nueva ausencia suya, anunciándole la próxima llegada de la abuela.

En efecto, apenas había salido de Frankfurt, llegó una carta de la señora Sesemann informando que salía de su vieja propiedad de Holstein y pensaba llegar a Frankfurt al día siguiente. Pedía que se mandara el coche a la estación.


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