Heidi

Después cogió la mano de Heidi y la retuvo fuertemente entre las suyas, como si temiese que alguien pudiera volver a quitarle la niña. Y en seguida le contó cuánto le habían gustado los panecillos; estaba tan contenta que se sentía fuerte como no lo había estado en muchos años. La madre de Pedro añadió que la abuela no había querido comer más que uno por temor a acabar demasiado pronto con la reserva. Si pudiera comerse uno diario durante una semana, en verdad se pondría mucho más fuerte. Heidi prestó atención a las palabras de Brígida y permaneció pensativa un instante. Finalmente había encontrado una solución.

—Ya sé lo que he de hacer, abuela —exclamó llena de entusiasmo—. Escribiré a Clara y ella me mandará tantos como tienes ahora o acaso dos veces más, pues yo tenía ya un gran montón en el armario, y cuando me los quitaron, Clara me dijo que me daría tantos como pudiera haber en el montón. Estoy segura de que lo hará.

—¡Oh, Heidi! Es buena idea —comentó Brígida—, pero piensa que se pondrían duros y tampoco se los podría comer. Si tuviéramos algún dinero de vez en cuando…, el panadero de Dörfli hace un pan parecido, pero apenas puedo comprar el pan negro.

La cara de Heidi se iluminó:

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