Heidi

—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó a la niña, que permanecía inmóvil.

—Quisiera ver lo que hay dentro de la cabaña —dijo Heidi.

—Pues, ¡ven! —exclamó el abuelo, mientras se levantaba y se dirigía hacia la puerta—. Coge tu ropa —añadió antes de entrar en la casa.

—¡Ya no la necesito! —declaró Heidi.

El viejo se volvió y fijó una mirada penetrante en la niña, cuyos ojos negros brillaban de curiosidad por todo lo que vería en la cabaña.

«No le falta sentido común», se dijo, y añadió en voz alta:

—¿Y eso por qué?

—Me gusta más ir como las cabras que tienen las patas tan ligeras.

—Está bien, pero ve a coger la ropa —le contestó el anciano—, vamos a ponerla en el armario.

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