Heidi

—¿Por qué grita tanto el gavilán, abuelo?

—Pues porque así se burla de las gentes que viven amontonadas en pueblos y ciudades y se molestan unas a otras. El gavilán grita diciéndoles: «Si os separaseis y cada uno de vosotros se labrara su camino y se buscase una roca donde habitar como yo, mejor os irían las cosas».

El tono un tanto rudo con que el abuelo pronunciara las últimas palabras, aumentó aún más el efecto que el grito del gavilán había causado a la niña.

—¿Por qué no tienen nombre las montañas, abuelo? —preguntó después.

—¡Vaya si lo tienen! —exclamó el abuelo y añadió—: Si me describes alguna que yo conozca, te diré cómo se llama.

Heidi le describió en seguida cómo era la montaña de las grandes rocas tal como la había visto, con su gran pico a modo de torreón, y el abuelo le dijo:

—Sí, ésa la conozco bien, se llama Falkniss. ¿Has visto otras? Entonces la niña le explicó cómo había visto el gran ventisquero y la nieve de la cima que se tomó roja como el fuego, luego se volvió de color rosa y por último completamente pálida, como si se extinguiera.

—También la conozco; se llama Cásaplana. ¿De modo que te ha gustado pasar el día allá arriba?

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