La piedra cansada

TOLPOR: —La hago hablar lo que quiero. Cuando toco, va sujeta a mi cuello por un bello trenzado de cabuya. Y cuando no la uso, la guardo en un estuche de piel de rana, embutido de ornamo, datara sanguínea y otras yerbas vilcas, de las que se sirven para frotarse el cuerpo los adivinos aterrados.

DONCELLA SEGUNDA: —¿Dónde vives? ¿Cómo te llamas?

TOLPOR: —Soy Tolpor, el albañil.

DONCELLA SEGUNDA: —¿De qué ayllu eres?

TOLPOR: —De los taucasquis. Vivo en los arrabales del Hurin-Cuzco, cerca del palacio de Yucay.

DONCELLA PRIMERA: —¿Y tu familia?

TOLPOR: —Mi madre y una hermana. El padre murió de mal viento, cojido al pasar delante de la tumba de una adúltera. ¿Y vosotras?

DONCELLA SEGUNDA: —Mitimaes de la montaña. ¿Dónde trabajas?

TOLPOR: —Riego en estío los oasis y grutas de recreo de Yucay, y en otoño, trabajo en las fortalezas y acueductos.

DONCELLA SEGUNDA: —¿Por qué no entras al templo?

TOLPOR: —¿Por qué no entro al templo? Porque, antes, voy a hacer una ablución en el Huatanay.

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