La piedra cansada

Cuadro Duodécimo

Noche en la Sala del Consejo, del palacio de Collcampata. Cortesanos, oficiales, guardias, en espera.

OFICIAL PRIMERO, después de escrutar las afueras de la sala: —Desusado silencio, éste del Cuzco, la noche de la coronación de un nuevo Emperador.

AUQUI PRIMERO, bajando la voz: —Un rey áspero, extraño, taciturno. Rayos peregrinos despide su mirada misteriosa.

OFICIAL 2: —¿Por qué haber prohibido todo festejo, el día de su advenimiento al trono?

AUQUI 2: —No se diría sino que el firmamento callase presagios sombríos…

OFICIAL 2: —Ni honores, ni parada y ni siquiera contento en los semblantes. En suma, una fecha cualquiera. Qué digo: una fecha aureolada de un cielo inquietante, enigmático.

AUQUI 3, viniendo por el foro: —Un cortejo de emisarios ha venido a ofrecer los presentes provinciales de rito, y no ha sido atendido.

AUQUI PRIMERO: —¿Los emisarios no han sido atendidos?

AUQUI 3: —Ahora mismo, se están marchando por el pórtico del Lobo, cabizbajos, humillados, murmurando en sus dialectos, palabras de amenaza.

AUQUI 2: —¡Temerario desaire! ¿Las provincias afrentadas?

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