Los Hijos del Capitán Grant en la América del Sur

Así es que los bautizaba, los anotaba en sus ma pas y les daba las más retumbantes calificaciones en lengua española, mientras afirmaba:

-¡Qué lengua! ¡Qué lengua tan rotunda y sonora! ¡Es una lengua de metal; estoy seguro de que se compone de setenta y ocho partes de cobre y veintidós de estaño, como el bronce de las campanas!

-Pero, ¿progresa en ella? -le preguntó Glenarvan.

-¡Seguro! ¡Ah, si no fuera por el acento! ¡Me mata el acento!

Mientras hacía desesperados esfuerzos por enseñar a su gaznate a pronunciar, no dejaba de hacer observaciones geográficas. En esto no había quien lo aventajara; si lord Glenarvan le hacía alguna pregunta al capataz sobre la zona, el sabio contestaba primero, ante el asombro del interrogado.

Aquel mismo día se les presentó una senda que cortaba la línea que ellos seguían; naturalmente Glenarvan le preguntó al guía adónde se dirigía y fue, naturalmente también, Paganel el que contestó con acierto.

El guía, asombrado, le preguntó si ya había recorrido la región.

-Ya lo creo -respondió seriamente Paganel.

-¿En mulo?

-No, en butaca.

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