Los Hijos del Capitán Grant en la América del Sur

-Pues bien, por donde pasan los caballos, carneros y bueyes de los pehuenches pasaremos también nosotros, y así no nos alejaremos de la línea recta -decidió Glenarvan. Se dio la orden de partida y la comitiva penetró en el valle de las Lajas. Subían una cuesta casi imperceptible. A eso de las once, tuvieron que rodear un pequeño lago en el que desembocaban murmurando todos los ríos de las cercanías. A su alrededor se extendían espaciosos llanos donde pastaban los rebaños de los indios. Luego cruzaron sin problemas, gracias al instinto de los mulos, un extenso pantano; algo más adelante apareció la cresta de una roca coronada con las almenas del fuerte Ballenero. Después las pendientes se hacían ásperas y los cascos de los mulos desprendían guijarros que rodaban en ruidosas cascadas. A las tres, aproximadamente, divisaron las pintorescas ruinas de un fuerte destruido en el levantamiento de 1770.







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