Los Hijos del Capitán Grant en la América del Sur

-Va a haber tempestad -dijo Paganel-. ¿Tienes miedo a los truenos, Roberto?

-Ninguno.

-Mejor, porque la tormenta no está lejos.

Lo que yo lamento no es la tormenta -dijo Glenarvan-, sino los torrentes de agua que nos caerán. A pesar de su opinión, se deberá convencer de que un nido no alcanza para lob hombres; nos vamos a calar hasta los huesos.

-¡Pero con filosofía! -respondió el sabio. -La filosofía no nos impedirá mojarnos. -Pero nos dará resignación.

-En fin... -dijo Glenarvan-vamos a avisarles a nuestros compañeros que se envuelvan lo mejor que puedan en sus ponchos y sobre todo que hagan buena provisión de paciencia porque la van a necesitar. Bajemos que ya va a estallar el rayo.

Se deslizaron por las ramas. Al llegar se quedaron sorprendidos por la claridad fosforescente que provenía de miles de luciérnagas que volaban cerca de la superficie del agua. Paganel les explicó que eran insectos conocidos en América con el nombre de cocuyos o tuco-tuco; no les fue difícil cazar algunos para observarlos de cerca.

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