París en el siglo XX

Pero en ese instante aparecieron en la sala de contabilidad monsieur Casmodage y el primo Athanase. El banquero se dirigió al escenario del crimen; quedó aterrado; abrió la boca y no pudo hablar; la cólera lo ahogaba.

¡Y había por qué enfadarse! Habían tachado ese libro maravilloso donde se inscribían las enormes operaciones del banco. Habían manchado ese recipiente precioso de los asuntos financieros, contaminado ese verdadero atlas que contenía todo un mundo, mancillado, destrozado, arruinado, extinguido ese monumento gigantesco que el conserje mostraba a los extranjeros los días festivos. Su guardián, el hombre a quien se había confiado esa tarea sin igual, traicionaba así su mandato. ¡El sacerdote deshonraba el altar con sus propias manos!

M. Casmodage pensaba todas estas cosas horribles, pero no podía hablar. En la oficina reinaba un silencio espantoso.

De súbito, M. Casmodage hizo un ademán hacia el desgraciado copista; el gesto consistía en brazo extendido hacia la puerta, con tal fuerza, convicción y voluntad que no había la menor posibilidad de equívoco. Ese ademán, con palabras, habría dicho "¡salga de aquí!" en todos los idiomas humanos. Quinsonnas descendió de las cimas hospitalarias donde había pasado su juventud. Michel lo siguió y se acercó al banquero. -Monsieur -le dijo-, yo soy el que...

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