París en el siglo XX

La situación del joven había cambiado notoriamente. Puestos en su lugar, muchos habrían desesperado y, desde luego, no habrían contemplado las cosas desde su punto de vista; ya no podía contar con la familia de su tío y se sentía libre; lo habían expulsado del trabajo y le parecía haber salido de la cárcel; le daban las gracias, y consideraba que era él quien debía dar mil gracias. Sus preocupaciones no llegaban al punto de que se preguntara qué iba a ser de él. Se sentía capaz de todo, omnipotente.

A Quinsonnas le costó bastante tranquilizarlo, pero hizo lo posible por aminorar esa efervescencia.

-Ven a casa -le dijo-. Hay que dormir.

-Me acostaré cuando salga el sol -respondió Michel, con grandes ademanes.

-Saldrá, por lo menos metafóricamente -comentó Quinsonnas-, pero, físicamente, es de noche; y uno no duerme al aire libre; por lo demás ya no hay estrellas hermosas; los astrónomos sólo se ocupan ahora de las que no se ven. Vamos; hablaremos de esta situación.

-Hoy no -contestó Michel-. Me dirás cosas desagradables. Ya las conozco. Y qué me puedes decir que ya no sepa. ¿Le vas a decir a un esclavo, ebrio de sus primeras horas de libertad, "sabrás, amigo mío, que ahora te vas a morir de hambre"?

-Tienes razón; me callaré por ahora; pero mañana...

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