París en el siglo XX

Michel cerró los ojos; se dejó rodear por la multitud que vomitaban los teatros; llegó a la plaza de la ópera y contempló todos los grupos de ricos que desafiaban el frío dentro de cachemiras y pieles; pasó junto a la larga fila de coches a gas y escapó por la rue Lafayette.

Ante él había casi cuatro kilómetros en línea recta. "Huyamos de todo este mundo", se dijo.

Y corrió, se arrastró, cayendo a veces y levantándose adolorido, pero casi insensible; lo sostenía una fuerza superior a él mismo.

A medida que avanzaba, el silencio y el abandono renacían a su alrededor. Sin embargo, veía a lo lejos algo como una luz inmensa; escuchó un ruido formidable que no se podía comparar con nada.

Pero continuó, a pesar de todo; por fin llegó al centro mismo de un estruendo espantoso, a una sala inmensa en la cual diez mil personas cabían con comodidad; enfrente se leía, con letras de fuego:

Concierto eléctrico

¡Sí! ¡Concierto eléctrico! ¡Y qué instrumentos! Conforme a un procedimiento húngaro, doscientos pianos comunicados unos con otros por medio de una corriente eléctrica tocaban de consuno bajo las manos de un solo artista. ¡Un piano con la potencia de doscientos!

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