París en el siglo XX

 

¿Qué fue del desgraciado durante el resto de la noche? ¿Dónde dirigió sus pasos el azar? ¿Se perdió sin poder abandonar esa capital siniestra, ese París maldito? ¡Preguntas insolubles!

Hay que creer que giró sin cesar alrededor y en medio de las innumerables calles que rodean el cementerio de Père-Lachaise, ya que el viejo campo de los muertos se encontraba en pleno aumento demográfico. La ciudad se extendía por el este hasta los fuertes de Aubervilliers y de Romainville.

Fuera como fuera, el hecho es que Michel, cuando el sol se elevó sobre esa ciudad blanca, se encontraba en el cementerio.

Ya no tenía fuerzas para pensar en Lucy; se le congelaban las ideas; parecía un espectro errante entre las tumbas; pero no un extranjero: se sentía en casa.

Subió por la gran avenida y tomó hacia la izquierda por esas callejas húmedas del cementerio bajo; los árboles, cargados de nieve, lloraban sobre las tumbas brillantes; las piedras verticales que respetaba la nieve ofrecían, solas, los nombres de los muertos.

Muy pronto apareció el monumento funerario de Eloísa y Abelardo; en ruinas; tres columnas sostenían un arquitrabe carcomido; aún se mantenían de pie como la Grecostasis del Foro Romano.

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