París en el siglo XX

Michel llegó a una sala inmensa coronada de una cúpula de vidrio opaco; en el centro, sobre un pilar, se alzaba la obra maestra de la mecánica, el Libro Grande del banco. Merecía el nombre de Grande con más razón que Luis XIV; tenía siete metros de altura; un mecanismo inteligente permitía dirigirlo como un telescopio, hacia todos los puntos cardinales; un sistema de pasarelas, ingeniosamente combinado, se elevaba o bajaba según las necesidades del que escribía.

En hojas blancas, de tres metros de largo, se iban desarrollando, con letras de diez centímetros de alto, las operaciones diarias de la casa. Las Cajas de Gastos Varios, los Ingresos Varios, las Cajas de Negocios, destacadas en letras doradas, eran un verdadero placer para la gente que gustaba de esas cosas. Otras tintas multicolores señalaban con precisión los informes y la paginación; las cifras, por su parte, soberbiamente ordenadas en columnas, separaban los francos, en tinta roja, de los centavos (hasta el tercer decimal) en tinta verde.

Michel quedó atónito ante este monumento. Preguntó por M. Quinsonnas.

Le mostraron un joven que estaba inclinado en la pasarela más alta; subió por la escalera de caracol y en un instante llegó a la cima del Libro Grande.

M. Quinsonnas estaba fundiendo una F mayúscula de treinta centímetros de altura; lo hacía con incomparable seguridad.

eXTReMe Tracker