Veinte mil leguas de viaje submarino

Los balleneros ingleses le dieron el nombre de iceblinck. Por espesas que fueren las nubes no logran oscurecerla. Es anuncio de la presencia de un pack o banco de hielo. En efecto, a poco andar aparecieron unos bloques más considerables, cuyo brillo variaba según el capricho de la bruma. Algunas de aquellas masas mostraban unas venas verdes, como si el sulfato de cobre hubiera trazado en ellas líneas onduladas; otras, semejantes a enormes amatistas se dejaban penetrar por la luz y reverberaban los rayos de sol en todas las facetas de sus cristales; aquellas de más allá, matizadas por los vivos reflejos del calcáreo hubieran bastado para edificar toda una ciudad de mármol. 

Cuanto más avanzábamos hacia el sur, más numerosas e importantes eran las islas flotantes. Las aves polares anidaban en ellas, a millares. Eran petreles, porcellarias y puffinus, que nos ensordecían con sus gritos. 

El 15 de marzo rebasamos la latitud de las islas Shetland y Orcadas del Sur.

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