Viaje al centro de la tierra

Durante la jornada inmediata no ocurrió ningún incidente especial. Siempre el mismo terreno pantanoso, la misma fisonomía triste, la misma uniformidad. Al llegar la noche habíamos recorrido la mitad de la distancia total, y pernoctamos en el anejo de Krösolbt.

El 10 de junio recorrimos una milla, sobre poco más o menos, por un terreno de lava. Esta disposición del suelo se llama en el país hraun. La lava arrugada de la superficie afectaba la forma de calabrotes, unas veces prolongados, otras veces adujados. De las montañas vecinas descendían inmensas corrientes, ya solidificadas, de lava, procedentes de volcanes, actualmente apagados, pero cuya violencia pasada pregonaban estos vestigios. Esto no obstante, los humos de algunos manantiales calientes se elevaban de distancia en distancia.

Nos faltaba el tiempo para observar estos fenómenos; era necesario avanzar, y los cascos de nuestros caballos no tardaron en hundirse de nuevo en terrenos pantanosos, sembrados de pequeñas lagunas. Marchábamos a la sazón hacia el Oeste, después de haber rodeado la gran bahía de Faxa, y la doble cima blanca del Sneffels se erguía entre las nubes a menos de cinco millas.


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