Viaje al centro de la tierra

Capítulo XVIII

A las ocho de la mañana nos despertó un rayo de luz. Las mil facetas de lava de las paredes la recogían a su paso y la esparcían como una lluvia de chispas.

Esta luz era lo suficientemente intensa para permitirnos ver los objetos que nos rodeaban.

—Y bien, Axel —me dijo mi tío, frotándose las manos—, ¿qué dices a todo esto? ¿Has pasado jamás una noche más apacible en nuestra casa de la König-strasse? ¡Ni ruido de carruajes, ni gritos de los vendedores ni vociferaciones de los barqueros!

—Sin duda; en el fondo de estos pozos estamos muy tranquilos; pero esta misma calma tiene algo de espantoso.

—¡Vamos! —exclamó mi tío—, si te asustas tan pronto, ¿qué dejas para más tarde? Aún no hemos penetrado ni una pulgada siquiera en las entrañas de la tierra.

—¿Qué quiere usted decir?

—Quiero decir que sólo hemos llegado al suelo de la isla. Este largo tubo vertical, que finaliza en el cráter del Sneffels, se detiene aproximadamente al nivel del Océano.

—¿Está usted cierto?

—Certísimo. Examina el barómetro, y verás.

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