—¿Qué tienes? —me preguntó.
—Mire usted —le contesté, mostrándole la variada sucesión de los asperones, las calizas y los primeros indicios de terrenos pizarrosos.
—¿Y qué tenemos con eso?
—Que hemos llegado al período en que aparecieron las primeras plantas y los primeros animales.
—¿Lo crees así?
—Véalo usted mismo; ¡examínelo! ¡obsérvelo!
Obligué al profesor a pasear su lámpara por delante de las paredes de la galería. Esperaba que se escapase de sus labios alguna exclamación; pero, lejos de esto, no dijo una palabra y prosiguió su camino.
¿Me había comprendido o no? ¿Era que, por vanidad de sabio y de tío, no quería convenir conmigo en que se había equivocado al elegir el túnel del Este, o que deseaba reconocer hasta el fin la galería aquella? Era evidente que habíamos abandonado el camino de las lavas, y que el que seguíamos no podía conducir al foco del Sneffels.
Pero, ¿daría yo acaso demasiada importancia a esta modificación de terreno? ¿No estaría equivocado? ¿Atravesábamos realmente aquellas capas de roca superpuestas al macizo de granito?
—Si tengo razón —pensaba—, fuerza será que halle restos de plantas primitivas, y entonces no habrá más remedio que rendirse a la evidencia. Busquemos.