Viaje al centro de la tierra

Capítulo XXIII

Durante una hora entera cruzaron por mi delirante cerebro todas las razones que habrían podido impulsar el flemático cazador. Bullían en mi mente las ideas más absurdas. ¡Creí volverme loco!

Por fin, escuché ruido de pasos en las profundidades del abismo. Hans regresaba sin duda. Su luz incierta comenzó a reflejarse sobre las paredes, y brilló luego en la abertura del corredor, tras ella, apareció el guía.

Se aproximó a mi tío, le puso la mano en el hombro y le despertó con cuidado. Mi tío se levantó, preguntando:

—¿Qué ocurre? ¿Qué sucede?

Watten —respondió el cazador.

Sin duda, bajo la impresión de los violentos dolores todos nos hacemos políglotas. Yo ignoraba en absoluto el danés, y, sin embargo, entendí instintivamente la palabra pronunciada por nuestro guía.

—¡Agua! ¡Agua! —exclamé palmoteando, gesticulando como un insensato.

—¡Agua! —repitió mi tío—. Hvar?—preguntó al islandés.

Neat! —respondió éste.

¿Dónde? ¡Allá abajo! Todo lo comprendí. Me había apoderado de las manos del cazador y se las oprimía con cariño, mientras él me miraba con calma.

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