Viaje al centro de la tierra

Capítulo XXVII

Imposible pintar mi desesperación. No hay palabras en ningún idioma del mundo para expresar mis sentimientos. Me hallaba enterrado vivo, con la perspectiva de morir de hambre y de sed.

Maquinalmente, paseé por el suelo mis manos calenturientas. ¡Qué seca me pareció aquella roca!

Pero, ¿cómo había abandonado el curso del riachuelo? Porque la verdad era que el arroyo no estaba allí. Entonces comprendí la razón de aquel silencio extraño, cuando escuché la vez última con la esperanza de que a mis oídos llegase la voz de alguno de ellos. Al internarme por aquel falso camino, no había notado la ausencia del arroyuelo. Resultaba evidente que, en un cierto momento, el túnel se había bifurcado, y, mientras el Hans-Bach, obedeciendo los caprichosos mandatos de otra pendiente, había proseguido su ruta hacia profundidades desconocidas, en unión de mis compañeros, yo me había internado solo en la galería en que me hallaba.

¿Cómo regresar nuevamente al punto de partida? No había huellas, ni mis pies las dejaban grabadas en aquel suelo de granito. Me devanaba los sesos buscando una solución a tan irresoluble problema. Mi situación se resumía en una sola palabra: ¡Perdido!

¡Sí! ¡Perdido a una profundidad que me parecía inmensurable! ¡Aquellas treinta leguas de corteza terrestre gravitaban sobre mis espaldas con un peso terrible! Me sentía aplastado.

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