Viaje al centro de la tierra

Entonces perdí la cabeza. Me levanté con los brazos extendidos hacia delante, buscando a tientas y dando traspiés dolorosos; eché a huir precipitadamente, caminando al azar por aquel intrincado laberinto, descendiendo siempre, corriendo a través de la corteza terrestre como un habitante de las grietas subterráneas, llamando, gritando, aullando, magullado bien pronto por los salientes de las rocas, cayendo y levantándome ensangrentado, procurando beber la sangre que me inundaba el rostro, y esperando siempre que mi cabeza estallase al chocar con cualquier obstáculo imprevisto.

¿Adónde me condujo aquella carrera insensata? No lo he sabido jamás. Al cabo de varias horas, agotado sin duda por completo, me desplomé como uno masa inerte a lo largo de la pared, y perdí toda noción de la existencia.







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