Viaje al centro de la tierra

—¡Oh! No temo por cierto, que el cielo pueda caérseme encima de la cabeza. Y, ahora, dígame, tío, ¿cuáles son sus proyectos de usted? ¿No piensa usted regresar a la superficie del globo?

—¿Regresar? ¡Qué disparate! Por el contrario, proseguir nuestro viaje, ya que todo, hasta ahora, nos ha salido tan bien.

—Sin embargo, no veo el medio de penetrar por debajo de esta llanura líquida.

—No te imagines que pienso arrojarme a ella de cabeza. Pero si los océanos no son, propiamente hablando, más que lagos, puesto que se hallan rodeados de tierra, con mayor razón lo es este mar interior que se halla circunscrito por el macizo de granito.

—Eso no cabe duda.

—Pues bien, en la orilla opuesta tengo la seguridad de encontrar nuevas salidas.

—¿Qué longitud le calcula usted a este océano?

—Treinta o cuarenta leguas.

—¡Ah! —exclamé yo, sospechando que este cálculo bien podía ser inexacto.

—De manera que no tenemos tiempo que perder, y mañana nos haremos a la mar.

Involuntariamente, busqué con los ojos el barco que habría de transportarnos.

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