Viaje al centro de la tierra

—Y más lejos un monstruoso cocodrilo. ¡Mire usted qué terribles mandíbulas, guarnecidas de dientes espantosos! Pero, ¡ah! ¡desaparece!

—¡Una ballena! ¡Una ballena! —exclama entonces el profesor—. Distingo unas enormes aletas. ¡Mira el aire y el agua que arroja por las narices!

En efecto, dos líquidas columnas se elevan a considerable altura sobre el nivel del mar. Permanecemos atónitos, sobrecogidos, estupefactos ante aquella colección de monstruos marinos. Poseen dimensiones sobrenaturales, y el menos voluminoso de ellos destrozaría la balsa de una sola dentellada. Hans quiere virar en redondo con objeto de esquivar su vecindad peligrosa; pero descubre por la banda opuesta otros enemigos no menos formidables: una tortuga de cuarenta pies de ancho[12], y una serpiente que mide treinta[13] de longitud, y alarga su enorme cabeza por encima de las olas.

Es imposible huir. Estos reptiles se aproximan; dan vueltas alrededor de la balsa con una velocidad menor que la de un tren expreso, y trazan en torno de ella círculos concéntricos. Yo he cogido mi carabina; pero, ¿qué efecto puede producir una bala sobre las escamas que cubren los cuerpos de estos animales?

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