Viaje al centro de la tierra

Permanecemos mudos de espanto. ¡Ya vienen hacia nosotros! Por un lado, el cocodrilo; por el otro, la serpiente. El resto del rebaño marino ha desaparecido. Me dispongo a hacer fuego, pero Hans me detiene con mi signo. Las dos bestias pasan a cincuenta toesas de la balsa, se precipitan el uno sobre el otro y su furor no la permite vernos.

El combate se empeña a cien toesas de la balsa, y vemos claramente cómo los dos monstruos se atacan.

Pero me parece que ahora los otros animales acuden a tomar parte en la lucha la marsopa, la ballena, el lagarto, la tortuga; los entreveo a cada instante. Se los muestro al islandés, y éste mueve la cabeza en sentido negativa.

Tra —dice con calma.

—¡Cómo! ¡Dos! Pretende que sólo los animales…

—Y tiene mucha razón —exclama mi tío, que no aparta el anteojo del grupo.

—¿Es posible?

—¡Ya lo creo! El primero de estos monstruos tiene hocico de marsopa, cabeza de lagarto, dientes de cocodrilo, y por esto nos ha engañado. Es el ictiosauro, el más temible de los animales antediluvianos.

—¿Y el otro?

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