Viaje al centro de la tierra

Dijo el profesor algunas palabras al guía, y éste comenzó enseguida a embarcar la impedimenta y a disponerlo todo para la partida. La atmósfera se hallaba despejada y el viento se sostenía del Nordeste.

¿Qué podría yo hacer? ¿Luchar solo contra dos? ¡Si al menos Hans se hubiera puesto de mi parte! Pero no; parecía como si el islandés se hubiese despojado de todo rasgo de voluntad personal y hecho voto de consagración a mi tío. Nada podía obtener de un servidor tan adicto a su amo. Era preciso seguirles. Me disponía ya a ocupar en la balsa mi sitio acostumbrado, cuando me detuvo el profesor con la mano.

—No partiremos hasta mañana —me dijo.

Yo adopté la actitud de indiferencia del hombre que se resignó a todo.

—No debo olvidar nada —añadió—, y puesto que la fatalidad me ha empujado a esta parte de la costa, no la abandonaré sin haberla reconocido.

Para que se comprenda esta observación será bueno advertir que habíamos vuelto a las costas septentrionales; pero no al mismo lugar de nuestra primera partida. Puerto-Graüben debía estar situado más al Oeste. Nada más razonable, por tanto, que examinar con cuidado los alrededores de aquel nuevo punto de recalada.

—¡Vamos a practicar la descubierta! —exclamé.

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