Viaje al centro de la tierra

Y partimos los dos, dejando a Hans entregado a sus quehaceres.

El espacio comprendido ante la línea donde expiraban las olas y las estribaciones del acantilado era bastante ancho, pudiéndose calcular en una media hora el tiempo necesario para recorrerla. Nuestros pies trituraban innumerables conchillas de todas formas y tamaños, pertenecientes a los animales de las épocas primitivas. Encontrábamos también enormes carapachos, cuyo diámetro era superior, con frecuencia, a quince pies, que habían pertenecido a los gigantescas gliptodonios del período pliocénico, de los que la moderna tortuga es sólo una pequeña reducción. El suelo se hallaba sembrado, además de una gran cantidad de despojos pétreos, especies de guijarros redondeados por el trabajo de las olas y dispuestos en líneas sucesivas, lo que me hizo deducir que el mar debió, en otro tiempo ocupar aquel espacio. Sobre las rocas esparcidas y actualmente situadas fuera de su alcance, habían dejado las olas señales evidentes de su paso.





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