Viaje al centro de la tierra

Capítulo XXXIX

Nuestros pies siguieron hollando durante media hora aún aquellas capas de osamentas. Avanzábamos impulsados por una ardiente curiosidad. ¿Qué otras maravillas y tesoros para la ciencia encerraba aquella caverna? Mi mirada se hallaba preparada para todas las sorpresas, y mi imaginación para todos los asombros.

Las orillas del mar habían desaparecido, hacía ya mucho tiempo, detrás de las colinas del osario. El imprudente profesor se alejaba demasiado conmigo sin miedo de extraviarse. Avanzábamos en silencio bañados por las ondas eléctricas. Por un fenómeno que no puedo explicar, y gracias a su difusión, que entonces era completo, alumbraba la luz de una manera uniforme las diversas superficies de los objetos. Como no dimanaba de ningún foco situado en una punta determinada del espacio, no producía efecto alguno de sombra. Todo ocurría como si nos encontrásemos en pleno mediodía y en pleno estío, en medio de las regiones ecuatoriales, bajo los rayos verticales del sol. Todos los vapores habían desaparecido. Las rocas, las montañas lejanas, algunas masas confusas de selvas alejadas adquirían un extraño aspecto bajo la equitativa distribución del fluido luminoso. Nos parecíamos al fantástico personaje de Hoffmann que perdió su sombra.

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