Viaje al centro de la tierra

Capítulo XLIII

¡Sí, sí! ¡Estaba como loca! La aguja saltaba de un polo al otro con bruscas sacudidas; recorría todos los puntos del cuadrante, y giraba como si se hallase poseída de un vértigo.

Sabía que, según las teorías más aceptadas, la corteza mineral del globo no se encuentra jamás en estado de reposo absoluto. Las modificaciones originadas por la descomposición de las materias internas, la agitación producida por las grandes corrientes líquidas, la acción del magnetismo, tienden incesantemente a conmoverla, aunque los seres diseminados en su superficie no sospechen siquiera la existencia de estas agitaciones. Así, pues, por sí solo, este fenómeno no me habría causado susto, o, por lo menos no me habría hecho concebir una idea tan terrible.

Mas otros hechos, ciertos detalles sui generis, no pudieron engañarme por más tiempo; las detonaciones se multiplicaban con una espantosa intensidad; sólo podía compararlas con el ruido que producirían un gran número de carros arrastrados rápidamente sobre un brusco empedrado. Era un trueno continuo.

Después, la brújula, enloquecida, sacudida por los fenómenos eléctricos, me confirmaba en mi opinión; la corteza mineral amenazaba romperse; los macizos graníticos, juntarse; el vacío, llenarse; el pozo, rebosar, y nosotros, pobres átomos, íbamos a ser triturados en aquella formidable compresión.

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