La Isla del Dr. Moreau

15. Los monstruos

Me desperté temprano. Lo primero que me vino a la mente fueron las explicaciones de Moreau, claras y precisas. Me levanté de la hamaca y me acerqué a la puerta para asegurarme de que la llave estaba echada. Luego comprobé el barrote de la ventana y vi que estaba perfectamente asegurado. El hecho de que aquellas criaturas no fueran en realidad más que monstruos salvajes, simples parodias grotescas de la especie humana, me producía una vaga inquietud con respecto a lo que serían capaces de hacer, mucho peor que cualquier terror definido. Alguien llamó a la puerta, y oí el empalagoso acento de M'ling. Me metí en el bolsillo uno de los revólveres y, sin quitar la mano de él, abrí la puerta.

–Buenos días, señor –dijo. Además del acostumbrado desayuno a base de verduras, esta vez traía un conejo mal guisado. Montgomery apareció tras él. Captó de inmediato con su mirada la posición de mi brazo y esbozó una débil sonrisa.

El puma descansaba aquel día, en espera de que cicatrizasen sus heridas, pero Moreau, de costumbres singularmente solitarias, no se unió a nosotros. Hablé con Montgomery para aclarar mis ideas sobre el modo de vida de los Salvajes. Ante todo, me interesaba saber cómo impedían que los monstruos inhumanos atacasen a Moreau y a Montgomery, o se destrozaran los unos a los otros.

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