La Isla del Dr. Moreau

Aquellas criaturas eran intrínsecamente perversas; su odio animal los incitaba a incordiarse mutuamente, al tiempo que la Ley los refrenaba de librar una encarnizada batalla y del fin definitivo de su animosidad natural.

En aquellos días, mi miedo a los Monstruos se transformó en miedo a Moreau. Caí en un estado mórbido, intenso y duradero, distinto del temor, que ha dejado en mi mente una huella indeleble. Debo confesar que el dolor y el caos de la isla me hicieron perder la fe en la cordura del mundo.

Un destino ciego, un mecanismo inmenso y despiadado, parecían configurar la estructura de la existencia. Y yo mismo, Moreau (por su pasión científica), Montgomery (por su pasión etílica) y los Monstruos, con sus instintos y sus limitaciones mentales, nos sentíamos abrumados y atormentados, implacablemente, inexorablemente envueltos en la infinita complejidad de sus incesantes ruedas. Sin embargo, esta situación no sobrevino de repente... De hecho, creo que me anticipo un poco al hablar de esto ahora.



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