La Isla del Dr. Moreau

17. Una catástrofe

Apenas habían pasado seis semanas, y había perdido todo sentimiento salvo el de aversión y odio hacia los infames experimentos de Moreau. No pensaba más que en alejarme de aquellas horribles caricaturas de la imagen de mi Hacedor y en regresar al sano y agradable trato con los hombres. Mis semejantes, de los que me encontraba apartado, comenzaron a cobrar en mi recuerdo una virtud y una belleza idílicas. Mi conato de amistad con Montgomery no prosperó. Su prolongado aislamiento, su alcoholismo y la evidente simpatía que sentía por los Salvajes lo echaron todo a perder.

En varias ocasiones dejé que fuera solo con ellos. Hacía todo lo posible por evitar el contacto con las bestias.

Pasaba cada vez más tiempo en la playa, en espera de algún navío libertador que nunca aparecía, hasta que un día cayó sobre nosotros una terrible desgracia, que modificaría por completo mi extraño entorno.

Habían transcurrido siete u ocho semanas desde mi llegada –quizá más, pues no me había molestado en llevar la cuenta– cuando sobrevino la catástrofe. Ocurrió una mañana, muy temprano, creo que alrededor de las seis. Me había levantado y había desayunado pronto, despertado por el ruido de tres Monstruos que transportaban madera hasta el recinto.

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