La Isla del Dr. Moreau

Le apoyé suavemente la cabeza sobre la tosca almohada que había improvisado, y me puse en pie. Ante mí se extendía la radiante desolación del mar, la horrible soledad que tanto me había hecho sufrir; y a mis espaldas, la isla en calma bajo la aurora, con sus Monstruos silenciosos e invisibles. El recinto, con todas las provisiones y la munición, ardía con gran estrépito, súbitas bocanadas de fuego, violentas crepitaciones y algún que otro estallido. La densa humareda ascendía por la playa alejándose de mí y rozando las lejanas copas de los árboles en dirección a las cabañas del barranco. A mi lado descansaban los restos carbonizados de los botes y aquellos cinco cadáveres.

Entonces, de entre la maleza surgieron tres Monstruos de hombros encorvados, cabezas salientes, manos deformes, torpes ademanes y mirada inquisitiva y hostil; avanzaron hacia mí con gestos vacilantes.






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