La Isla del Dr. Moreau

Yo no sabía por aquel entonces que algunas personas tienen en los ojos un resplandor rojizo. En ese momento me pareció decididamente inhumano. Esa silueta negra de ojos incandescentes echó por tierra mis pensamientos y sentimientos adultos y, por un instante, los olvidados terrores de la infancia poblaron nuevamente mi memoria. La sensación se fue tal como había venido. La tosca y negra silueta de un hombre, una silueta sin particular importancia, se apoyaba en el coronamiento de popa, recortada sobre la luz de las estrellas. Y entonces oí que Montgomery me hablaba.

–Creo que voy a entrar –me dijo–; si le parece bien.

Le contesté algo incongruente. Bajamos y me dio las buenas noches ante la puerta de mi camarote.

Esa noche tuve sueños bastante desagradables. La luna menguante tardó en salir. Un débil rayo de luz blanca y fantasmagórica entraba en mi camarote, formando una siniestra forma en el entarimado, junto a mi litera. Luego los perros se despertaron y comenzaron los aullidos y los ladridos, de modo que, entre pesadilla y pesadilla, apenas pude dormir hasta el amanecer.

eXTReMe Tracker