-«Ego te absolvo» -murmuró Miralles con un gesto de bendición-. ¡Puercos, malditos hijos de p... que se destrozan por una hembra!
Y en seguida, encañonando bruscamente su fusil hacia el individuo, le abrasó los sesos sobre los dos cadáveres.
-¡Si les dejase uno hacer a estos mocitos -refunfuñó- no tendría don Carlos ejército dentro de poco!