SI lloraras, Odile. ¿Llorar? ¿PodÃa ella llorar teniendo a su madre allÃ, a dos pasos, muriendo por falta de medicamentos? ?No podemos reunir entre las tres lo suficiente para la medicina, Odile. ¿Por qué no se lo has dicho al médico cuando vino el otro dÃa? Odile Jutheaun mordióse los labios hasta hacerse sangre. Contaba a lo sumo doce años, y su cuerpo delgado y alto, producÃa algo asà como una sensación de angustia. Los cabellos lacios le caÃan a la cara, el vestido raÃdo, oprimiéndose sobre las carnes flacas. En los ojos una expresión patética, desesperada. La señora Kilday, una de sus vecinas, se acercó a ella vacilante. ?Odile?susurró poniendo una mano en el hombro de la muchacha?. El médico lo ha dicho el otro dÃa. Tienes que resignarte. Ya sabes que? por mucho que hagas y por mucho que la mires? nada podrás hacer. Pero aún asÃ, cuando recetó para evitar los dolores, debiste decirle que no tenÃas dinero. Que la única persona que traÃa dinero a esta casa, estaba ahÃ; muy enferma? ?Debiste decirle también?añadió la señora Barkey?otra vecina?que no pertenecÃais a ningún centro médico, a ninguna sociedad aseguradora. Debiste? Que se callasen. Ella no podÃa soportar aquello. Se desprendió de la mano que le acariciaba el rostro y dio la vuelta en redondo, quedando de espaldas a las tres vecinas. ?La medicina cuesta mucho, Odile. No es posible que entre las tres reunamos esa cantidad?dijo amargamente la señora Barkey?. Además, aunque la consiguieras?, nada podrÃa hacerse. No era cierto. PodrÃa hacerse mucho. Al menos evitar aquellos dolores que retorcÃan a su pobre madre en el lecho. Ella tenÃa que buscar dinero. ¿Dónde? No importaba. TenÃa que encontrarlo. Súbitamente giró en redondo.