Elaine Adams, Ela para los amigos, se quedó mirando a Silvia interrogante. ?¿Quién te lo ha dicho? ?preguntó inquieta. Silvia Carter se alzó de hombros. ?¿Quién supone que serÃa? Rex Dove. Lo vio la semana pasada, lo despidió sin miramientos, y sabemos poi un vecino no muy cercano, que hace más de tres dÃas que no se le ve. Es un caso curioso, ¿sabe? Supuse que le interesarÃa y por eso se lo refiero. Ela se quedó un momento pensativa. VestÃa una bata blanca. Apoyada en la vitrina del instrumental, parecÃa ajena a la presencia de su enfermera y amiga. ?¿Cómo se llama? ?exclamó de pronto, extrayendo del bolsillo un lápiz. Buscó una libreta y miró de nuevo a Silvia?. ¿Me lo has dicho ya, o no? ?No se lo he dicho. Se llama Max Evans... ?¿Max Evans? Me suena. ¿Dónde lo he oÃdo yo antes? Silvia se sentó a medias en el brazo de un sillón, y se quedó mirando a su amiga con admiración. Elaine Adams poseÃa una personalidad aguda. Una belleza nada común y una bondad admirable. Allà estaba, atendiendo su clÃnica, mientras podÃa ser la mujer más desocupada y feliz de cuantas existÃan en Walsall. Ella, Silvia, era hija de la que un dÃa fue doncella de la madre de Elaine. Un dÃa, cuando Elaine regresó de la facultad convertida en un médico de medicina general, se presentó a ella pidiéndole un empleo de enfermera. La muchacha médico, que ya no recordaba a la doncella de su madre, ni mucho menos a la hija, cuya existencia ignoraba, la aceptó sin ningún titubeo. HacÃa de ello apenas seis meses. ?Cuéntame, Silvia. ?El doctor Rex Dove me lo refirió uno de estos dÃas. Precisamente venÃa de la hacienda de Max Evans. Me parecÃa muy afectado. Yo, que he vivido aquà siempre, conocÃa el caso de una manera superficial. Rex, como forastero, lo desconocÃa totalmente. Fue mi padre quien me refirió algo de la vida de ese hombre.