Saint-Exupéry era piloto en una escuadrilla de reconocimiento de l?Armée de l?Air cuando los alemanes entraron en Francia en 1940. En Piloto de Guerra, escrito dos años más tarde, nos habla de una misión en la que, junto a un navegante y un artillero, debÃa tomar fotografÃas del frente en torno a la ciudad de Arras, donde se luchaba ferozmente mientras la población anegaba las carreteras huyendo de los combates. Los tres hombres debÃan hacer frente a los BF-109 que eran dueños y señores del cielo y a la potente defensa antiaérea que acompañaba el avance de las tropas alemanas, sabiendo que en los últimos dÃas sólo regresaba una de cada tres tripulaciones, y hacerlo además por unas fotos que serÃan ya inútiles en el momento que llegasen a los despachos de los oficiales encargados de estudiarlas, si es que llegaban.
A pesar de todo, Saint-Exupéry era capaz de encontrarle un sentido, de darle un porqué a sus acciones y a las de sus compañeros, más allá de la escasa utilidad de aquellas fotografÃas, y es que él creÃa en el valor del sacrificio. Pocos como él, que no era precisamente un guerrero, han explicado mejor lo que eso significa.