El Empire atracó a uno de los muelles de Nueva Orleans, donde el tráfico de vapores y mercancÃas era bullicioso y mareante.El hermoso barco que habÃa realizado una feliz travesÃa a lo largo del curso del Mississippi, se balanceó gracioso al ser batido por el agua mientras cuarteaba para acercarse de proa al muelle y multitud de ociosos o descargadores siguieron con curiosidad la maniobra de la nave que llegaba cargada de pasajeros.En cubierta, afianzando sus manos poderosas en el hierro de la barandilla, David Ellington miraba con curiosidad el movimiento reinante en los andenes del muelle.HacÃa seis años que abandonara la ciudad para cursar estudios en Chicago y aquellos seis años de ausencia medio habÃan borrado de su retina los detalles de la perla de Louisiana.Ahora, al volver a contemplar todo aquello, su memoria revivÃa mucho de lo que saltaba a su vista, pero habÃa cosas que desconocÃa, o acaso habÃa olvidado. La ciudad debió crecer mucho en su ausencia, se habÃa hermoseado, poseÃa nuevos matices de gran ciudad y esto le halagaba, pues amaba aquel terreno, donde si no habÃa nacido, al menos habÃa pasado en él parte de su niñez y algunos años de su juventud.