Doce años de cárcel eran muchos años para que no los acusasen un cuerpo y una mente. Jerry Morgan, que los habÃa sufrido dÃa a dÃa, sabÃa mucho de la influencia de tantos y tantos dÃas de encierro entre cuatro sombrÃas paredes, contemplando una partÃcula de cielo a través de un pequeño ventanuco, encerrado sin más compañÃa que alguna rata pegajosa y sus sombrÃos y bárbaros pensamientos. Su prisión pudo haberse prolongado ocho años más, de no haber encajado con coraje la situación, amoldándose a ella a la fuerza y tratando de hacer méritos para acortar aquel encierro demoledor. Y lo habÃa conseguido con una fuerza de voluntad tremenda, sobreponiéndose a todos sus amargos pensamientos y a la enorme cantidad de odio y coraje que almacenaba en su alma.