La barra de los tres golpes

Ya en lugar seguro, a Ortega se le ocurrió hacerse el muerto. Quedó tendido sobre un banco de piedra, inmóvil, con los ojos cerrados y la respiración contenida. Lo rodeamos prodigándole mi! cuidados, acompañándole con sonoras lamentaciones; Súbitamente hubo desbande general. Ortega, a pesar de tener los ojos cerrados, presintió que algo pasaba; entreabriéndolos vio sobre su cabeza la del caballo de un agente del escuadrón de seguridad, cuyo jinete se había aproximado para averiguar qué ocurría. Rápido come, el rayo resucitó y desapareció en vertiginosa carrera, saltando del banco como disparado por un cañón. Quizás no haya recuerdo en la historia de un velatorio de tan corta duración.

 

 

 

XXIII

 

 

Ni siquiera en los exámenes faltó la nota de buen humor.

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