La barra de los tres golpes

Díaz, ferviente cultor de la vagancia, no gozaba del favor del Dr. Morandi, quien lo había calificado mal, pero no justamente para volverlo a ver en diciembre. Siendo recíproca la antipatía, Díaz quiso evitarle el disgusto de exhibir su rostro y estimó oportuno presentarse ante la mesa examinadora con una cara que no fuera tan conocida ni disgustara al profesor. Llevó enormes gafas negras que ocultaban sus ojos, bigotes espesos y patillas largas, cambiando hasta el tono de la voz.

Morandi, algo sorprendido, lo miraba desconfiadamente por encima de los anteojos; le hacia preguntas y más preguntas; y como ni la desfiguración de la fisonomía ni las respuestas fueron matemáticamente satisfactorias, Díaz concluyó su examen con un auténtico redondo desaprobado.

 

El año concluyó con un "picnic" a Quilmes bastante concurrido, lleno de peripecias, desencuentros y movimientos.




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