La barra de los tres golpes

Aquella noche no estaba el rector en su despacho; únicamente se hallaba presente el nuevo vicerector, que era el director del turno de la noche. Cuando trató de adelantarse y hacerse escuchar, fue recibido a los gritos de: “¡ Que renuncie! ¡Que renuncie!”.

Logrado un minuto de silencio, hizo algunas consideraciones y aseguró que no dejaría su puesto porque se lo pidiesen los estudiantes; pero no pudo agregar ni una palabra más, porque atronó los aires un unánime alarido: " ¡ Que renuncieeeeeee! "

Ante esa demostración inequívoca, el vicerector abrazó sollozando al alumno que estaba más próximo, conquistando con ese gesto la simpatía de todos.

En esos momentos de angustia no se discutía la situación de una persona; se combatían las medidas arbitrarias de un gobierno dictatorial cada y uno le hacía frente en su propio ámbito.

Al día siguiente Pagliano y yo recorrimos diversas divisiones, especialmente de primero v segundo años, invitando a bajar al patio al primer toque de campana, para hacer dimitir al rector y anular la desanexión de la escuela. Así se hizo y durante largo rato gritaron hasta enronquecer: "¡Viva la Reforma Universitaria! ¡Viva la Universidad libre de intervenciones! ¡Que reanexen la Escuela a la Facultad!"

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