La barra de los tres golpes

No debía ser raro, pues, que la plaza Rodríguez Peña, sita a media cuadra de la escuela, se convirtiera en centro de operaciones, sin contar las correrías que se extendían por las calles Paraguay, Córdoba, Viamonte y sus perpendiculares.

Pero no estaba solamente en la calle el escenario de la acción. Mas bien ésta era un complemento, porque su marco natural era la misma escuela, provocando sostenidas y frecuentes protestas del celador, Bernardo Brocher, en quien, por ser alumno de quinto año, se producía la colisión entre la disciplina que debía mantener y la participación que lógicamente le correspondía en los actos de sus camaradas de año.

La primera división merecía su fama de revoltosa, mas había profesores que la apreciaban por esa espontaneidad y por su aplicación, no obstante la innegable existencia de algunos grupitos siempre dispuestos para la jarana, pero no para el estudio. Las diferentes edades de sus integrantes no constituían inconveniente alguno pues coincidían en su per7nanente predisposición para burlarse, tirar tizas, clavar flechas en el pizarrón o en las paredes.


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