Los hermanos Karamazov

—¡Sí, eternamente! —gritaron con emoción todos los niños.

—Nos acordaremos de su cara, de su traje, de sus viejos zapatitos, de su ataúd, de su desdichado padre, al que él defendió solo contra toda la clase.

—¡No lo olvidaremos! ¡Era bueno y valiente!

—¡Cuánto lo quería! —exclamó Kolia.

—Queridos muchachos, amigos míos, ¡no temáis a la vida! ¡Es tan hermosa cuando se practica el bien y se es fiel a la verdad!

—¡Sí, sí! —gritaron entusiasmados los niños.

—¡Te queremos, Karamazov! —dijo una voz, sin duda la de Kartachov.

—¡Te queremos, te queremos! —repitieron todos. Y en los ojos de algunos brillaban las lágrimas.

—¡Viva Karamazov! —gritó Kolia.

—¡Conservemos eternamente el recuerdo de nuestro pobre amiguito! —repitió Aliocha, profundamente conmovido.

—¡Eternamente!

—Karamazov —dijo Kolia—, ¿es verdad eso que dice la religión de que resucitaremos después de morir y nos volveremos a ver todos? Si es así, nos encontraremos de nuevo con Iliucha.

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