Así habló Zaratustra

Jubilado

No mucho después de haberse librado Zaratustra del mago vio de nuevo a alguien sentado junto al camino que él seguía, a saber, un hombre alto y negro, de pálido y descarnado rostro: éste le causó una violenta contrariedad. «Ay, dijo a su corazón, allí está sentada la tribulación embozada[476], aquello me parece pertenecer a la especie de los sacerdotes: ¿qué quieren ésos en mi reino?

¡Cómo! Acabo de escapar de aquel mago: y tiene que atravesárseme de nuevo en mi camino otro nigromante, –

– un brujo cualquiera que practica la imposición de manos, un oscuro taumaturgo por gracia divina, un ungido calumniador del mundo, ¡a quien el diablo se lleve!

Pero el diablo no está nunca donde debería estar: siempre llega demasiado tarde, ¡ese maldito enano y cojitranco!». –

Así maldecía Zaratustra, impaciente en su corazón, y pensaba en cómo pasaría rápidamente de largo junto al hombre negro mirando a otra parte: mas he aquí que las cosas ocurrieron de otro modo. Pues en aquel mismo instante el hombre sentado le había visto ya, y semejante a uno a quien le sale al encuentro una suerte imprevista se levantó de un salto y corrió hacia Zaratustra.

«¡Quienquiera que seas, caminante, dijo, ayuda a un extraviado, a uno que busca, a un anciano al que con facilidad puede ocurrirle aquí algún daño!

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