El mayor inconveniente para alguien a quien persigue la policía en una ciudad como Barcelona es que todo abre muy tarde. Cuando uno duerme al aire libre siempre se despierta al amanecer, y ninguno de los bares de Barcelona abre antes de las nueve. Pasaron horas antes de que pudiera conseguir una taza de café o un lugar donde afeitarme. Me extrañó ver aún colgado en la barbería el cartel anarquista que prohibía las propinas. «La Revolución ha roto nuestras cadenas», decía el cartel. Me dieron ganas de decirles a los barberos que esas cadenas no tardarían en volver si no tenían cuidado.