En donde se espera, y se espera, conversando con una rama de acacia, y con unos cuantos floridos bejucos de bellísima.
HACE YA MÁS DE UNA SEMANA que estamos en San Nicolás.
Esta casa, vieja casa de hacienda de los Alonso, hecha quizá por los propios esclavos servidores de la familia que también se llamarían «Alonso» como sus amos; esta casa, ancha de paredes, desnuda de vigas y altísima de techos, me ha recibido con mucho cariño y mucha melancolía. Sabe sin duda que soy el último retoño de sus antiguos dueños, y me guarda en ella con veneración y con lástima como se guarda a uno de esos pobres vástagos destronados que vegetan tristemente en algún oscuro rincón de sus perdidos dominios.